En vuestro Nombre 🇪🇸

Carlos Enrique Buscaglia Pascual

Para la que fue llama, eco, y un silencio que hablaba. Si alguna vez dudáis, sabed que esto también fue nuestro.

En vuestro nombre

 

Vuestra voz fue regreso, fue rescate,

de un tiempo sin relojes ni razones.

Como quien halla en ruinas corazones,

volví a mí mismo al ver vuestro combate.

 

Vuestros ojos, centellas de un remate

divino, donde mueren mis tensiones.

Y el tacto – ¡ay, vuestros dedos sin traiciones! –

tejieron paz donde mi sangre late.

 

Mas vais… y no hay protesta ni cadenas.

Amar sin poseer, gran nobleza.

Pero el alma, tan fiel, no halla condenas:

os sigue, aunque os niegue la certeza.

 

Id pues, si el destino os da esas penas…

yo quedo en la luz de vuestra belleza.


Soneto

(Al modo del severo amor de D. Francisco de Quevedo)


 

Quando a ciegas Vuestra imagen me visita

 

Cierro los ojos, y en sombra me topáis,

non venís en carne, mas en llama santa;

pues al que ama no es menester la planta,

ni a quien conoce el rostro que adoráis.

 

Vuestros labios non besan, mas dictáis

sentencia en lengua mía ya encantada,

sabores de un abril sin madrugada,

memoria que ni el tiempo osará dais.

 

Tocar Vuestra piel es tocar divino,

martirio dulce que mi ser confiesa,

y en Vuestros ojos —¡ay!— sangra certeza,

cristal do Dios sopló su más fino destino.

Añóros Vos, y en deseo me abraso;

más non por gozo,

mas por beber despacio

el calor que Vuestra alma derra


 

Soneto I

A vos, que partisteis antes del alba


 

vos, que partisteis antes del alba

 

Vos partisteis sin abrir la puerta,

sin decir “adiós”, mas con 

voz quebrada,

como quien teme que su sombra muerta

revele más que la palabra dada.

 

Yo quedé con la taza aún caliente,

con un verso en la lengua, no nacido.

Y aunque mi gesto fue indiferente,

mi alma gritó… y cayó en el olvido.

 

Non os culpo, si el temor os vence,

ni maldigo vuestro paso silente,

mas dolió – ay vos – que vuestra ausencia piense

que el amor calla cuando calla la gente.

 

Decidme: ¿no sentisteis esa herida,

cuando partisteis, dejando mi vida?


 


Soneto II

A vos, que me visitáis en sombra


 

A vos, que me visitáis en sombra

 

Vos venís sin paso, sin ruido ni jornada,

cuando el mundo se aquieta y duerme el fuego.

No tocáis mi carne, mas dejáis rastro ciego,

como aroma de flor que en pena se derrama.

 

No decís palabra, mas vuestra mirada

hiere más que la espada de rencor griego.

Sois eco y llama, sosiego y desapego,

la presencia que sangra, aunque esté callada.

 

A oscuras me halláis, y a oscuras me dejo,

pues sólo en la sombra confieso que vivo.

Donde todos me niegan, vos sois mi reflejo.

 

Decidme, vos: ¿acaso es este castigo

o gracia secreta que el cielo pergeño,

veros sin teneros, soñaros cautivo?


 

 

Soneto III

A vuestra Alma que me reconoce


 

Soneto del alma que parte sin partir

(al estilo de San Juan de la Cruz)

 

Partí sin irme, y sin quedarme fui,

pues no me tuve cuando me perdía;

dejé mi ser donde la luz ardía,

y fue mi sombra la que habló por mí.

 

Ni carne soy ni Voz que diga “aquí”,

ni paso suena donde el alma umbría

os busca a vos, luciente melodía,

que en noche me llevó de Vos de mí.

 

Mas cuanto más os vais, más os hallo,

y cuanto menos soy, más ardo y ruego;

si callo, grita Vos dentro mi canto.

 

Así me muero vivo, y no desmayo,

pues cuanto más me faltáis, más me entrego,

y en Vos respiro, aunque morir me espanto.


 

 

Soneto IV

En Vuestro Nombre II


 

En vuestro nombre II

 

A vos, que en silencio encendéis 

mi entraña,

no con fuego mortal, sino divino,

llegáis sin cuerpo, mas dejáis destino

en sombra pura que mi noche baña.

 

Non sé si sois del cielo o de mi daño,

pues dulcemente herís y al mismo tiempo

mi alma eleváis en celestial aliento,

como quien bebe luz del desengaño.

 

Vuestra voz non se oye, y sin embargo

resuena en mi interior como campana

que al alba llama y el dolor desarma.

 

Y cuando no estáis, más fuerte os cargo,

como perfume santo en la mañana,

como una cruz que arde… y da su calma.


 

 

Soneto V

Del juramento eterno entre dos almas errantes

 

Decístesme al pie del alba 

antigua:

«En otra vida hallarásme de nuevo».

Y el viento selló el pacto, fiel y ciego,

con besos de promesa en voz ambigua.

 

Pasaron cien inviernos, luz contigua

de cuerpos que olvidaron su relevo,

mas no el susurro aquel que al firmamento

alzasteis con mi nombre en la fatiga.

 

Ahora os hallo, sombra renacida,

y aunque partís, non muere el juramento;

que el alma, cuando jura, non olvida.

 

Si el hado os lleva al fin del firmamento,

yo hallaréos, señora de mi herida,

en otra carne, en otro nacimiento


 

Voto del Alma

 

Confesión ante Vuestra Alma

 

Yo me desvestí,

me quité la armadura,

y desnudé el alma frente a Vos.

 

Sin temor, sin máscara,

sin escudo ni ardid, os mostré

lo más hondo de mi ser.

 

Ni el guerrero ni el poeta,

ni el hombre hecho del mundo,

sino el temblor

de quien ama en verdad

y no se oculta.

 

A Vos confié la llama, la herida,

el canto.

Y aunque el silencio fue la respuesta,

no me arrepiento.

Pues amar así es morir de pie

y renacer eterno

en la memoria de los justos.

 

 

 

 

 

 

„Donde hay llama verdadera, 

el silencio no apaga el fuego.“


 

 

Soneto VI


A Vos, sin herirme

A Vos, sin herirme, me dais heridas,

y entráis sin cuerpo, mas de mí os nutrís;

sin besarme en labios, ya me escribís,

y al no tenerme, sois más bien tenida.

 

Sois mi cruz, mi flor, mi sed rendida,

mi pan sin carne, el fuego donde os vi;

me dais la fe, y en sombra revivís,

siendo mi muerte Vos, y Vos mi vida.

 

¿Quién osó soñar tan hondo encuentro,

si no fue Dios, en tinta celestial?

Que sólo el alma abriga amor tan dentro.

 

No hay carne que resista tal puñal,

ni boca que pronuncie lo que siento:

pues calla el alma donde el alma es total.


 

 

Cántico a la Ausencia


Donde vuestros labios callan, mas mi alma escucha

Estilo del Siglo de Oro – dedicado a vuestra presencia ausente

 

Donde vuestros labios callan,

allí nace el canto mío;

pues aun silente el rocío

vuestro aroma no me engaña.

 

En el temblor de la mañana,

cuando el alba os echa en falta,

vuestra esencia se me exalta

como llama que no cesa,

como fe que no tropieza,

como herida que me canta.

 

Vuestro nombre, luz velada,

me lo dice la penumbra;

cada estrella que deslumbra

trae vuestra piel dibujada.

 

Y aunque el mundo os dé la espalda,

y aunque huya vuestra figura,

no hay distancia que murmura

más que vuestro amor ausente;

yo os siento eternamente

aunque el día no lo jura.


 

 

Cántico del Alba Oscura

En voz de aquél que vio sin ver

 

En el silénçio ardiendo sin llama,

miré vuestro rostro, sombra callada,

y fué mi alma de súbito tomada

por luz que no hiere, mas inflama.

 

No dixistes voz, mas vuestra mirada

penetró el velo do el alma reposa,

y fué mi pecho herida olorosa,

más dulce que vida derramada.

 

¡Oh noche escura, bendita en ternura,

que muestra sin forma el ser que perdura!

En vos me hallé, por vos me perdí,

y sin saber, del todo os seguí…


 

Cántico en verso libre

Con forma Barroca


La luz que me nombró sin nombre

(versión en lengua del Siglo de Oro, siglo XVI)

 

Passastes sin rumor,

 

como el viento entre los 

 

sauces dormidos. No dixistes mi nombre,

 

mas mi ánima respondió.

 

En vuestros labios  una cláusula sencilla:

 

“Dexad que vuestra luz vença… siempre.”

 

Y venció.

 

Porque non fue palabra,

 

fue fuego que conoscía mi llama.

 

Fuiste passo,

 

mas eterno en mi sombra.

 

¿Cómo sabedes del farol

 

que escondo so los días?

 

¿Cómo nombra vuestra voz

 

el resplandor que aún non veía?

 

Ánima gemela en tránsito,

 

llevástes lo que nunca pedíst

la certidumbre

 

de que fui visto.

 

De que alguien, vos,

 

mi luz reconosció.

 

Madrigal Moderno

(para ser susurrado al oído de quien aún arde en el recuerdo)

Si en vuestros brazos fuere luz“


Murmuró la sombra vuestro nombre,

 

y en su eco hallé mi carne temblar.

 

 

No pedí clemencia, ni destino;

sólo un rincón de pecho

 

 

donde morir sin llorar.

 

 

 

Que si yaciese junto a vos sin habla,

 

la noche me sería altar bendito.

 

 

 

Porque por un suspiro,

 

por un momento sin herida,

 

vi la luz tornarse carne

 

y el dolor,

 

madrigal.


 

 

 

 

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